Un año más, hoy es el día de los
propósitos y estoy como los años anteriores, sin propósito de
enmienda, sin intención alguna de privarme de nada, porque ya se
encarga la vida de quitarte muchas de las cosas que te gustan o de
impedirte conseguir muchos de esos proyectos, ya irrealizables salvo
milagro.
Este año pasado que, por la enfermedad
de mi madre, que cada día está peor, ha sido extremadamente duro y
apenas he podido asomar por el blog ni casi conectar el ordenador más
que para hacer la compra, me he radicalizado si cabe aún más, lo he
hecho contra la injusticia, contra los abusos a los débiles, contra
la gente que prohíbe por el gusto de prohibir, contra los políticos
que piensan que somos tontos y, cada uno en la medida de sus
posibilidades o según sus intereses, nos sueltan su discurso y nos
tratan de vender “la moto” con cantos de sirena imposibles de
realizar económicamente hablando y un largo etc.
Pero, sobre todo, me he radicalizado
contra el funcionamiento de la mal llamada Justicia en España porque
¿cómo se puede llamar Justicia a esa institución que deja en
libertad (menos mal que con cargos) a dos hijos de mala madre que han
tenido a su hermano, enfermo mental, durante 20 años recluido entre
cuatro paredes sin techo, desnudo y sin acceso a ningún tipo de
higiene y asistencia médica para quedarse con su pensión?.
Este nuevo año, al contrario que los
anteriores, sí he pedido un deseo, uno que me parece muy importante
y es que cada enfermo, cada anciano, cada niño o cada persona
necesitada tenga alguien que les cuide y, sobre todo, que les quiera,
que les mime y que les haga sentir calor humano.
Y, a propósito del calor humano, voy a
contar una pequeña historia que me viene afectando desde el mes de
abril, cuando fui de visita a la residencia donde está mi tía y vi
a una anciana llorando sin parar y diciendo que se habían ido a
Madrid sin ella.
La anciana en cuestión iba
perfectamente aseada y arreglada, hasta con sus uñitas pintadas y,
por descontado, bien alimentada y cuidada como todos los que están
en esa residencia pero no paraba de llorar y, cuando advertí a una
cuidadora de lo que le pasaba, me dijo que llevaba así desde Navidad
cuando vino su familia a visitarla y se marcharon sin ella y que no
había forma de que dejara de llorar.
Pero sí que la había, era tan fácil
como darle cariño, como abrazarla y tranquilizarla y darle un montón
de besos que fue lo que hice. La estuve abrazando y besando durante
media hora, no tenía más tiempo, y diciéndole que no se
preocupara, que un día vendrían sus hijos para llevársela a Madrid
de nuevo, que estaban ocupados trabajando y todas las mentiras que se
me ocurrieron.
Y, mientras la abrazaba y ella se
aferraba a mí con todas sus fuerzas, notaba como se relajaba y como
le iba bajando el ritmo cardiaco que tenía tan alterado y, mientras
cesaban sus lágrimas, afloraban las mías y me daban unas ganas
enormes de montarla en el coche y llevármela a mi casa.
Sé que estoy loca y que, de haberlo
hecho, igual ahora mismo yo estaba encerrada, pero era tan
vulnerable, daba tanta pena y, al mismo tiempo, era tan fácil
ayudarla, tan sólo dándole cariño, que no puedo evitar recordarla
cada día y tampoco he sido capaz de volver a la residencia a
interesarme por ella. No sé nada de ella, si vive todavía, si esta
Navidad ha vuelto su familia de visita para volver a irse a Madrid
sin ella, tan sólo sé que se quedó con un trocito de mi corazón y
que yo no soy quien para juzgar a nadie ni sus circunstancias pero,
bajo mi experiencia, darle unos años de tu vida a quien te dio la
tuya propia merece la pena, ya lo creo que la merece.