"Quid pro quo", locución latina que
quiere decir que hoy me cargo a mi marido y a mi hijo, porque sí,
porque se lo merecen por lo que me han hecho y dicho y va a ser
difícil que se libren ¡faltaría más!.
Yo me había salido a la terraza, tan
ricamente al sol, a subirle el bajo a una falda nueva de mi madre
porque le gustaba un poco más corta. He estado a punto de entrarme
cuando estaba a la mitad porque a las moscas (esa es otra) les ha
dado por mí y me han puesto de los nervios revoloteando a mi
alrededor, pero he aguantado estoicamente hasta el final y cuando,
achicharrada por el sol y a punto de morderme hasta los muñones por
las puñeteras moscas, he ido a entrar ohhhhhhhhhhhh, me he
encontrado con la puerta cerrada por dentro y que no se puede abrir
por fuera.
Al principio me lo he tomado bien y me
he puesto a llamar y que si quieres arroz Catalina, no me abría
nadie; total que entonces me he ido a la otra puerta y, a través de
la cortina, he visto la cabeza de mi marido que sobresalía del sofá
donde estaba tan a gusto viendo la carrera de Fernando Alonso (ruido
este de las carreras de coches que, junto con el fútbol por la
radio, es de lo más insufrible que conozco).
Vista su cabeza, me he puesto a
aporrear esa puerta a ver si había más suerte que con la otra pero
no, él a lo suyo, sin inmutarse y sin abrirme. Me he ido de nuevo a
la otra puerta (aquí estaba la cortina descorrida y podía ver si
venía alguno más) a aporrearla de nuevo hasta que, ¡POR FINNNNNN!
Ha venido mi hijo desde el otro extremo de la casa y preguntando que
qué era ese escándalo (escándalo porque también he gritado un
poco, la verdad sea dicha).
El caso es que, cuando he conseguido
entrar toda roja del sol y del cabreo, digo: “¿Se pueeeeeede
saberrrrrrrrrrr quién me ha encerrado en la terraza?” y mi hijo
dice: “a mí no me mires que yo no he sido” y mi marido dice:
“pues igual he sido yo sin darme cuenta”.
Hasta ahí vale, me puede haber
encerrado sin darse cuenta, pero lo bueno ha venido cuando le he
preguntado: “¿y qué pasa, que no me oías llamar o qué? Y dice
él con toda su parsimonia: “sí, claro que he oído golpes pero
pensaba que estabas haciendo algún invento de los tuyos”.
Claro yo con eso me he disparado y le
digo: “¿qué piensas que puedo estar haciendo aporreando los
cristales?, ¿tal vez colgando un cuadro?” y él dice: “viniendo
de tí, se me puede ocurrir cualquier cosa” y yo: “¿y gritar no
me has oído?” y él: “sí, pero como tampoco es la primera vez
que hablas sola...”.
Pero el tema no ha quedado ahí, no,
porque entonces me he acordado de cuando mi hijo pequeño me encerró
un sábado por la mañana en el lavadero y estuve por lo menos dos
horas oyendo al mocoso muerto de risa y suplicándole que me abriera
mientras el padre de la criatura estaba tan ricamente en el despacho
sin enterarse de nada y, claro, me he alterado un pelín.
Y a continuación, para rematar la
faena, me suelta mi hijo que es que yo tengo una habilidad especial
para quedarme encerrada en los sitios y, acto seguido, me ha
recordado una vez en un hotel de Barcelona que me quedé encerrada en
el baño y ni el de mantenimiento podía abrirme y un poco más y
tienen que arrancar la puerta para sacarme. Encierro este que, según
el de mantenimiento y mi hijo, fue totalmente por mi culpa porque a
saber lo que haría con el cerrojo para que la cerradura se desarmara
de forma que era prácticamente imposible, vamos que no había visto
el hombre cosa igual.
Total, que hoy se la cargan, ya pensaré
cómo.